Aproximadamente 100 años tras la eclosión de la gripe española y del surgimiento del fascismo en Italia, el mundo ve a la historia resonar. Una pandemia llamada coronavirus se propaga por el mundo dejando un rastro de enfermos, muertos y desamparados económicamente, pero tan chocante cuanto el impacto biológico es el impacto social. Tal vez aún más grave que la propia molestia física, es el surgimiento de un desorden colectivo psíquico, que tiene varios componentes de una infección:  la diseminación de la infecciosa ideología del odio.

La idea de este ensayo surge de la ambivalencia de las ideologías y del alboroto que la mayoría suele ser. Derechistas, izquierdistas, liberales y conservadores juzgan ser tan diferentes uno del otro que, en realidad, especialmente cuando son extremos, son todos muy similares. Sin embargo, una de las muchas ideologías que surgieron en los últimos 350 años merece un ensayo aparte: el fascismo y sus vertientes.

El término está siendo demasiado utilizado y, por lo tanto, existe el riesgo de que se pierda de vista su significado efectivo. No todo autoritario es fascista, pero todo fascista es autoritario. No todo idealista es fascista, pero todo fascista es idealista. No todo utópico es fascista, pero todo fascista es utópico. No toda violencia viene del fascismo, pero no hay fascismo sin pregonar la violencia y sin que uno de los poderes prevalezca sobre los demás. No, el fascismo no existe en la misma dimensión y estridencia como el de los años 20, 30 y 40 del siglo XX, pero también no se puede decir que ha sido totalmente erradicado de la humanidad. En el presente ensayo, el autor expone lo que pasó con el movimiento fascista y de qué manera aún sigue presente entre nosotros.

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