Cuando un hombre acepta velar el cadáver de un conocido que ha fallecido repentinamente, la tarea parece sencilla, aunque inquietante. A medida que avanza la larga noche, el silencio y la oscuridad convierten la habitación en un caldo de cultivo para la inquietud, y los límites entre el miedo, la imaginación y lo desconocido comienzan a difuminarse. Lo que se desarrolla es un descenso lento y sofocante hacia el terror psicológico impulsado por el aislamiento y la presencia de la muerte.