El dicho "El Crimen No Paga" abarca culturas, siglos y sistemas legales, y resuena como una advertencia universal. Sin embargo, a la luz de la revelación bíblica, esta máxima trasciende los límites de la ley humana para adquirir dimensiones eternas: el crimen, en el sentido más amplio, es cualquier violación de la ley de Dios, ya sea en acción, palabra, pensamiento u omisión. La Biblia no edulcoró esta verdad. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, expone el hilo conductor de la historia humana: la transgresión promete, pero no cumple; ofrece, pero quita; seduce, pero mata. El primer crimen registrado en la historia, la desobediencia de Adán y Eva, no fue un robo, un homicidio ni un acto de fraude económico; fue la violación deliberada de un mandamiento. La aparente "ganancia" fue el conocimiento del bien y del mal, pero el costo fue incomparablemente mayor: la pérdida de la comunión con Dios, la entrada de la muerte y una maldición sobre toda la creación. (Génesis 3:6-24) El apóstol Pablo resume esta realidad con absoluta claridad: "La paga del pecado es muerte". (Romanos 6:23a) ¡Nota! Aquí no dice "puede ser", sino "es". Este es un principio inmutable, no sujeto a negociación, prescripciones ni apelaciones. En el tribunal divino, todo crimen espiritual es inevitablemente juzgado, porque Dios no puede ser engañado. (Gálatas 6:7)