La cárcel de un mundo enfermo. La cárcel del yo y sus sueños. ¿Quién podría frenarlos? Una pequeña unidad, un aguijón en la sombra, una enfermedad. Cuanto más amplia la voz de la muerte y el dolor, más diáfano el sendero del agua, menos turbia la sonoridad del fuego y el aire, y de la tierra, la morada definitiva para un despedirse amable.
Pero morimos solos, murieron solos, confinados; nuestro fin en la ceniza fue testimonio mudo, raíz que no retornó, claudicación del vínculo, línea quebrada de tiempo, relato no concluido. ¿Qué nos queda de un sufrimiento latente pero ya olvidado? La cicatriz de un contorno insaciable, de un fantasma que se recrea. Hay un silencio en el mundo, una herida que se reabre, silencio y soledad. Un adiós.