Yokohama, 30 de junio de 2002. El mundo entero estaba mirando, Brasil respiraba fútbol. Y, en ese preciso momento en el que el árbitro italiano Pierluigi Collina pitó el final del partido contra Alemania, una nación entera estalló en lágrimas, gritos y abrazos: Brasil era, por quinta vez, campeón del mundo. El único país en lograr tal hazaña, coronando una campaña marcada por la superación, el talento y la redención.