Ávila no es solo muralla y silencio. Es una grieta. Un umbral. Un lugar donde los siglos se apilan unos sobre otros como ramas secas, y entre sus resquicios aún se arrastran leyendas que no entienden el lenguaje del tiempo. Hay historias que nadie cuenta, o que se susurran en bares al caer la tarde, justo antes de que el frío haga crujir las piedras. Son las que aquí recojo. Escuché algunas en la plaza de una aldea casi abandonada, otras me las dijo un monje que ya no distinguía entre oración y delirio. Algunas vinieron en sueños. En todas he puesto el aderezo de mi fantasía. Los relatos tienen vida propia y van creciendo de versión en versión, como los niños de año en año. No juro que todas sean ciertas. Pero tampoco son falsas, al menos no del todo.